El silencioso dolor de perder un hijo durante el embarazo
Hace 35 años mi mamá me contó que el bebé que llevaba en su vientre, su tercer hijo/a, mi segundo hermanito/a, se había ido al cielo…yo tenía casi un año y medio y ella piensa que en ese momento no entendí nada… “y siguió la vida…. tuve mucha pena por mucho tiempo…no me cuestioné que a nadie más le importara…pero me dolía mucho…fue muy solitario todo…todo el mundo en otra y yo con una pena infinita…” me contaba tres décadas después, recordando, y quizá por primera vez poniéndolo en palabras conmigo…
Y yo pienso que incluso a mi corta edad, algo debo haber intuído. Pienso que a mi modo debo haber acompañado en silencio a mi mamá, porque estoy segura que los niños son más hábiles en captar estados emocionales y señales no verbales, y que quizá hablarlo, pensarlo, escribirlo ahora me libera de cierta carga de duelo que debo haber tomado en ese entonces…
Pero también estoy segura que aunque pude haberla reconfortado a ratos, quizá con mis gracias infantiles haberla hecho reír y olvidar su pena, la mayoría de su dolor lo vivió completamente sola, en anónima angustia, en tristeza clandestina, quizá incluso aislada de sí misma, disociada, paralizada por mucho tiempo ante un mundo que seguía andando a toda velocidad sin que nadie se detuviera a vivir con ella la pérdida de este ser que se fue.
Han pasado muchos años, y lamentablemente las cosas no han cambiado tanto. La mayoría de las parejas que pasa por este dolor, lo transitan tremendamente solos. Como terapeuta me toca ver y aprender de ellos y con ellos que para muchos es un camino difícil, que van improvisadamente tanteando… a ratos cojeando, quejándose a escondidas, sonriendo para afuera, algunos casi pidiendo disculpas por sentir tanto dolor, otros en esfuerzos frenéticos por avanzar, olvidar y salir pronto, pero siempre me queda la sensación de que cueste más, cueste menos, la ausencia deja su huella…imperceptible a veces, borrosa, sutil. Y aunque se quiera y se deba continuar viviendo es como si algo, a nivel consciente o inconsciente, hubiera cambiado para siempre…
A todos nos toca enfrentarnos a situaciones de pérdida en nuestra vida. La mayoría de nosotros hemos debido atravesar por duelos de diferente índole y no cabe duda que uno de los escenarios más dolorosos es la muerte de un ser querido, y más aún la pérdida de un hijo.
Pero ¿qué pasa cuando el hijo que fallece aún no ha nacido?
Nos referimos al duelo relacionado a las pérdidas gestacionales, o sea, el proceso emocional que enfrenta un padre y/o madre cuando el bebé que se estaba gestando deja de vivir.
Este duelo posee varias características que lo hacen diferente y complejo.
- Primero, porque es un tema del cual se habla muy poco. Demasiado poco. Quizá en parte, porque muchas de estas pérdidas son en fases precoces del embarazo y muchas parejas aún no han dado a conocer la noticia a sus cercanos, por lo que viven en completo anonimato tanto la felicidad al enterarse que serán padres como la desilusión al enfrentar la pérdida. Pero también muchas veces no se sabe cómo ni con quién hablarlo, no se encuentra una compañía en otros que entienda, que calme, se reciben frases de consuelo que a veces dejan peor y en nada alivian y se acrecienta la sensación de incomprensión en los padres que lo han sufrido.
- Segundo, porque incluso aunque lo puedan y quieran contar, es un duelo muy poco validado en nuestra sociedad en general, y esto conlleva a una falta de empatía con estos padres que les hace más difícil la expresión y contención de su tristeza. Ya la muerte es un tema tabú al que se le hace habitualmente el quite, más aún este tipo de muertes.
- Tercero porque no sólo los padres están subestimados como padres en los estados iniciales de gestación, sino también el bebé en formación. Más allá de la pregunta acerca del inicio de la vida humana, muchas mujeres se sienten ya madres con sólo enterarse de su estado de gravidez, independiente del estado celular o microscópico de su embarazo….sin embargo, lamentablemente este hijo no goza de derechos y reconocimientos que lo validen como persona aún, menos como hijo de aquellos padres, quedando reducido a la condición de embrión/feto, en un estado de apéndice donde poco se le considera, poco se le vincula a la sociedad, por lo que en caso de fallecer, poco se le extraña y llora.
Estamos en una sociedad donde prima lo tangible, lo que es demostrable, lo que se puede medir y comprobar, donde se valoran más los resultados que los procesos. ¿Cómo entonces poder conectarse con esa vida que quizá aún es más espíritu que materia? Con ese ser que probablemente durante los primeros momentos ocupa más espacio en nuestros pensamientos que en nuestro cuerpo físico, pero que aún siendo intangible y poderosa ilusión va haciéndose hueco en la vida de sus padres, siendo capaz de generar tanto amor y deseos de vincularse con él…. La sociedad no es capaz de captar esta presencia ni tampoco su ausencia, por lo que como duelo queda invalidado ante los ojos del resto del mundo.
Mi tarea como terapeuta de los padres que consultan es acompañarlos en este recorrido…reconocer primero cuánto se han vinculado ya con este hijo, independiente de si tiene 5,10 ó 20 semanas de gestación…y desde ahí poder transitar el camino de duelo que para cada pareja será diferente, incluso para cada miembro de la pareja.
¿Qué emociones pueden aparecer en este duelo?
No hay reglas para vivir este proceso; puede haber madres o padres que hayan pasado por una experiencia similar sin haberla vivido tan dolorosamente y no por eso es que hayan deseado menos a ese hijo como otra pareja que lo experimente de manera más dura o traumática.
En general cuando esto ocurre con el primer hijo, a la pena de la pérdida se suman los temores acerca de si será posible un nuevo embarazo, “¿será capaz mi cuerpo de gestar vida?”se preguntan algunas mujeres, “¿podremos tener un hijo algún día?”, aumentando así la sensación de agobio y dando cabida al miedo y a la amarga desesperanza.
Es común ver y escuchar también sentimientos de culpa, “¿habrá sido porque ese día cargué con todas las bolsas del supermercado?, “¿por qué subí el cerro?”, “¿Podrá haber sido ese remedio que me tomé para la jaqueca ese día?”.
Como se trata de un tema que pocas veces es hablado, mucha gente ignora también lo frecuente que es. Cerca de un 30-40% de las mujeres tendremos una pérdida gestacional a lo largo de nuestra vida. Claramente el saber que esto le pasa a mucha gente no aminora el dolor, pero disminuye la sensación de rareza, de cuestionarse si tendremos alguna enfermedad o impedimento para tener hijos.
Dentro del duelo mismo pueden aparecer diferentes fases, descritas por especialistas en el tema, que no necesariamente son etapas secuenciales ni predecibles, pero que pueden estar presentes, como son el shock inicial ( quedar paralizado, bloqueado, incapaz de reaccionar ni racional ni emocionalmente, pudiendo durar minutos, horas o días), la negación ( no queremos creer lo que ocurre, aún no hemos procesado toda la información, la reacción de ira ( con los nervios a flor de piel, es importante sacar la rabia afuera), la etapa de negociación ( mucha gente intenta “llegar a acuerdos” con Dios o con las circunstancias ), la de tristeza ( se cede ante el dolor de lo ocurrido), y finalmente la de aceptación ( dejar ir y seguir adelante). Dentro de todo el proceso pueden aparecer también sentimientos de frustración, temor, soledad, incomprensión, angustia, aislamiento, entre otros.
Otro aspecto importante es la experiencia corporal a la que queda expuesta la mujer. En un mismo día, al levantarse está embarazada, en el control ginecológico es examinada y no se encuentran latidos, luego puede que se practique una ecografía que confirme la triste noticia de muerte del embrión o feto, y luego de eso viene la decisión o consejo médico de qué hacer al respecto…Más allá de que pueda dejarse tiempo a la evolución espontánea (que es básicamente que la mujer elimine los tejidos embrionarios ella sola, sin tratamiento médico) o que sea necesario hacerse una intervención hospitalaria (conocida como legrado), ambas son afrentas somáticas potentes, más o menos invasivas, pero igualmente lamentables. No es fácil empezar a sentir contracciones uterinas en estas circunstancias, es tan doloroso en el plano físico como en el emocional. Asusta también el sangramiento, es difícil no vivirlo con temor y angustia. Y por otro lado la hospitalización si bien es corta y el procedimiento no tiene mayores “riesgos médicos”, queda totalmente subestimado el impacto de la lesión emocional. “Era como si me hubieran golpeado…me sentía como trapo” me relataba una mujer luego de un legrado. Esto sin considerar que muchas mujeres llegan a producir leche luego de las pérdidas, con todo lo que ello implica.
Si bien esto es algo que afecta a ambos miembros de la pareja, cada uno lo vive a su modo, desde sus diferencias de género, de personalidad, de sus particulares estrategias de afrontar el estrés. La mayoría de las veces quien consulta es la mujer, pero idealmente se intenta incluir al hombre. Este también puede resultar dañado y de cierta manera impedido de llorar su pena, su rabia, su impotencia. Sobretodo él debe rápidamente sobreponerse a la experiencia y volver a trabajar y a cumplir todos los roles que se le exigen. Sin tiempo ni espacio para detenerse a digerir la experiencia, aunque esté también invadido de dudas, temores, compasión por su mujer, pero a la vez golpeado en sí mismo.
Me ha tocado varias veces acompañar a mujeres que han sufrido la muerte de sus hijos in útero y nunca dejo de conmoverme con el dolor con que muchas de ellas llegan. Para algunas, poder hablarlo es un proceso de sanación importante, no sólo por el efecto curativo de la catarsis, sino porque al hablarlo le vamos dando existencia a ese hijo, le vamos dando un espacio en este mundo , lo construimos como un ser real, lo llamamos muchas veces por su nombre… y si bien eso hace más dolorosa la partida es más factible despedirse así y hacer el duelo en el momento que corresponde.
El riesgo de no hacer este duelo es que aparezca posteriormente en otros aspectos de la vida, en el cuerpo o en otros miembros de la familia, muchas veces el siguiente hijo, que viene a llenar un espacio que puede haber quedado sutilmente herido…Esto es sólo una posibilidad en todo caso, no tiene por qué ser así en todas las familias. No todos los padres son impactados de la misma forma. Hay tantas maneras diferente de procesar las cosas como personas en el mundo!
¿Un nuevo embarazo alivia el dolor?
Claramente un nuevo hijo, más aún con un embarazo sano y cómodo, revitaliza y es fuente de nuevas ilusiones. En parte despeja el dolor de una pérdida anterior, pero sólo en parte. Libera del temor de que nuestro cuerpo no sea capaz de gestar, nos re-empodera al vernos ser fuente de vida y al ofrecernos la vivencia de llevar a buen término ese embarazo. Pero más allá de liberar miedos y cerrar ciclos, no siempre ni para todas las mujeres esto significa olvidar una pérdida anterior.
Ciertamente este es un tema complejo, que abarca muchas aristas, que tiene múltiples acepciones, que evoca variadas reacciones y respuestas tanto en los padres como en la sociedad en que vivimos. Y hay mucho que no se sabe, muchas preguntas que quedan sin responder… qué será de esos niños que no nacen, dónde circularán ahora esas energías que decidieron no anclarse a esta vida terrenal… siempre faltan palabras…
…Y sabiendo que no hay frase ni receta que consuele el dolor, mi tendencia ha sido pensar que son seres que vienen a existir por muy breve tiempo en el plano terrenal, pero que pueden lograr una existencia mucho más profunda y duradera en otros planos imperceptibles, y de alguna manera dejan la difícil tarea del duelo a sus padres, con la posibilidad de que una vez que lo transiten lo más sana y conscientemente posible, sean capaces de estar preparados de una manera especial para su siguiente hijo…un hijo anterior ya los ha hecho padres….
Desde mi visión, un hijo comienza a vivir cuando empezamos a desearlo y a pensar en él. Dentro de la esfera de la pareja comienza una gestación a nivel mental y emocional del futuro hijo mucho antes de que la sociedad lo vea así, va cobrando vida en la medida que genera ilusión y esperanza en nuestro ser… va creciendo en la medida que le vamos dando espacio en nuestra vida emocional… y va ocupando un lugar muchísimo más grande que nuestro vientre. Va habitando un lugar en nuestra vida toda, en nuestra mente, en nuestro corazón, en nuestro futuro, en nuestra visión de nosotras mismas. Y aunque abandone nuestro útero físico seguirá ocupando muchos otros lugares de nuestra vida. Y con su partida también se pierde una parte de nosotras mismas… Para mí, es necesario honrar y despedir esa presencia que ya no está… Cada uno a su modo…
(Así es que nunca es tarde… 35 años después: Te saludo hermano(a), mío(a), agradezco lo que hayas legado a nuestra familia en tu corta estadía dentro de mi madre, te honro, te despido y en cierto modo te sigo llevando conmigo…por ahí nos re-encontraremos…así sea!)
Soledad Ramírez
Psiquiatra-Psicoterapeuta
Centro SerMujer
(Texto escrito previamente como colaboración a Mamadre, nov 2015

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