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Antidepresivos en el posparto: ¿por qué nos automedicamos?


Ya en otros artículos hemos hablado acerca de la presencia de cuadros depresivos o ansiosos en nuestra vida, específicamente en la etapa de embarazo, puerperio y crianza temprana, período que todas sabemos es taaaan complejo y lleno de desafíos.

Mucho se está hablando también acerca de las altas tasas de depresión que se presentan en nuestro país y de la poca atención y cobertura que dan los sistemas actuales a la salud mental, sobretodo a la de la díada madre-bebé.

Muchas mujeres en algún momento de sus vidas hemos tomado algún fármaco para aliviar síntomas de tensión, desánimo, angustia, insomnio, labilidad, irritabilidad, nerviosismo, etcétera.

Frente a la posibilidad de experimentar molestias emocionales en la etapa en que estamos maternando intensamente: ¿se puede llegar y tomar algún remedio que nos haya servido antes o que le haya ayudado a otra persona conocida a sentirse mejor?

Mi opinión profesional y personal es que no. Y hay varias razones para esto que ya hemos explicado en artículos anteriores.

Además me parece importante mencionar que no siempre la angustia en este período requiere erradicarse, por lo que si durante nuestro tránsito por el puerperio nos estamos sintiendo emocionalmente más frágiles o inestables, no siempre es necesario consultar con un especialista. En caso de consultar tampoco es siempre necesario un tratamiento y en caso de indicarse éste, no siempre se justifica usar psicofármacos. De hecho me preocupa la mirada que patologiza en extremo la intensa emocionalidad del período posparto, esa visión reduccionista que equipara malestar emocional con enfermedad mental, cuando se sabe que la angustia es una emoción absolutamente necesaria y fundamental en esta fase y en la vida en general, y que si se está debidamente contenida y cuidada nos permite ir sumergiéndonos en el mar de la experiencia maternal, al servicio del crecimiento y autoconocimiento.

Pero ¿por qué tantas mujeres, en la duda de estar padeciendo una depresión, nos abstenemos de pedir ayuda y terminamos automedicándonos?

Probablemente hay varias razones a la base de esta conducta y creo que es importante reflexionar acerca de esto, ya que ocurre a tantas mujeres hoy en día.

Por un lado, muchas no estamos acostumbradas a cuidarnos, lo estamos aprendiendo de a poco. Nunca hemos incorporado desde el ejemplo de nuestras madres a cuidarnos nosotras mismas, a estar atentas a nuestros procesos, a mirarnos con el mismo amor y detalle con que miramos a nuestros niños, a prevenir situaciones de desborde. Así como podemos ser tan exactas y anticiparnos a nuestros hijos “lo veo con los ojitos brillantes, me tinca que está con fiebre”, o “está medio irritable, creo que necesita dormir más” o “no lo veo cómodo acá, mejor nos vamos”, la mirada con nosotras mismas es a veces más estricta, a veces más disociada y nos damos cuenta que estamos mal cuando ya llegamos a una situación más crítica o de colapso. Esto hace que también busquemos menos espacios de cuidado cuando la que padece algún malestar somos nosotras mismas.

Por otro lado, la omnipotencia, el mandato a tener que ser fuertes y capaces de todo, el deber heredado de mantenerse sosteniendo a los demás sin claudicar. Me imagino como el cuento de Blancanieves, pero modificando la pregunta: “espejito espejito ¿quién es la más fuerte?”, acto seguido el espejo cada mañana nos responde “tú eres la más fuerte”. Y así, salimos poderosas cada mañana, capaces de todo, pero a costo propio muchas veces y sin espacios que permitan ir recuperando energías. Caemos en la auto-engañada obligación de tener que resolver todo lo que nos dicta nuestra agenda y olvidamos que también tenemos necesidad de descansar y ser cuidadas.

Por otro lado, la culpa de sentirse frágiles o necesitadas de ayuda,cómo me voy a quejar si la vecina tiene 3 hijos más que yo y anda de lo más bien”, o “mis hijos son sanos, no tengo derecho a alegar habiendo tantos niños con enfermedades” o “hey, tú tienes nana y tu marido te ayuda ene, no seas mal agradecida” o discursos de ese estilo son habituales. Nos sentimos sin derecho a protestar. Ir a consultar significa validar nuestra queja y a veces cuesta hacerlo.

También creo que influye la vergüenza de sentirnos débiles, y aceptar que a veces necesitamos ayuda de otros, aún siendo que siempre hemos sido mujeres absolutamente independientes y emocionalmente autónomas. El pudor de contarle a alguien lo que nos está pasando, de hacer pública nuestra intimidad más oscura, de confesar los sentimientos negativos a veces tan intensos que nos embargan como madres, esas rabias y miedos que aparecen. El temor a decepcionar. Hay poco espacio para hablar de estas emociones mal llamadas negativas, es mal visto a veces. Hay una sociedad negadora y evitadora de conflictos que tiende a reprimirnos y a valorar más el que hagamos todo calladitas y con una sonrisa en el rostro.

Por otro lado la gran soledad en que nos encontramos muchas madres, la falta de red confiable con quien hablar asuntos más íntimos y complejos. Y así nos quedamos aisladas con nuestras dudas, “¿tendré depresión?….¿a quién le pregunto?...¿dónde busco ayuda?”. Acá es fundamental la tribu.

Y no es menor tampoco la importancia de los recursos disponibles para hacer posible la petición de ayuda, los factores económicos o de red de apoyo, los que posibilitan hacerse el tiempo, y cubrir los costos que implica consultar por un servicio de salud.

Y también juega un rol, el coludirnos con un sistema que prioriza y valora las respuestas rápidas y eficientes, la salida fácil, “me tomo una pastilla y se me pasa la tontera”. La ilusión de estar haciéndose cargo de algo cuando en realidad sólo estamos tapando el sol con uno o dos dedos.

Creo que desde todos estos factores de nuestra historia y de nuestra cultura, se abre entonces la posibilidad de “yo me ayudo sola” y puede comenzar el mal uso de los recursos farmacológicos. No es infrecuente escuchar “Mi amiga me pasó unos sulpilán que le hicieron bien, voy a probar” u “oye, mi vecina usa tal o cual antidepresivo y ya no anda llorando por todo, voy a comprarlos yo también”. Con todos los riesgos que implica, y las eventuales posibilidades de empeorar con un tratamiento que no corresponde usar muchas veces o el riesgo de aplanarse afectivamente en una etapa en que es tan necesario estar con los poros emocionales abiertos!.

Me parece que a veces se mal entiende el concepto de hacerse cargo de uno mismo. No tiene que ver con no pedir ayuda, no tiene que ver con auto-tratarse las enfermedades y dolencias. Tampoco con liberarse absolutamente de sentimientos displacenteros.

Hacerse cargo de uno es pensarse y sentirse en consciencia, estar al tanto de mis capacidades, pero también de mis límites. Y eso implica a veces pedir una mano.

El llamado es a no privarse de la posibilidad de pedir ayuda, a no autocensurarnos en nuestros reclamos, sobretodo en momentos de tanta vulnerabilidad.

Por nosotras y por nuestros niños…porque quisiera que ellos también aprendan de nosotras a auto-cuidarse y a pedir apoyo cuando lo sientan necesario.

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