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De parto vamos con nuestra madre

Tiendo a creer que inevitablemente nuestra madre nos acompaña siempre, se encuentre o no físicamente con nosotras, y más aún en los hitos trascendentales de nuestra vida. El parto no es una excepción, sino más bien un ejemplo de esto.

Más allá del tipo de parto al que hayamos optado, pienso que nunca vamos a éste absolutamente solas.

En lo concreto y tangible podemos escoger quién nos acompañe, además del equipo médico: nuestra pareja, una doula, alguna amiga, una hermana, nuestra madre, una cuñada. En general elegiremos a alguien con quien nos sintamos vinculada, en confianza, segura, protegida, respetada; alguien que nos ayude a transitar esta experiencia de una mejor manera, que nos sostenga, nos contenga, que aliviane y haga más agradable el camino.

Independiente de esta comitiva objetiva, real y visible, siempre habrá otro tipo de compañía más invisible, alguna más consciente e incluso voluntariamente invocada (como puede ser un familiar fallecido, una deidad o una presencia espiritual) y otra más inconsciente y quizá más allá de nuestra voluntad.

En ese sentido, creo que la presencia de nuestra madre es algo que se manifestará de alguna un otra manera en nuestros partos y en algunos casos jugará un rol gravitante en nuestro sentir, pensar y actuar, constituyendo un factor más dentro de todos los que influyen y que puede ayudarnos de gran manera, sin embargo también ocasionalmente puede jugarnos en contra.

Entonces, querámoslo o no, mamá siempre "entra colada" a la sala de parto con nosotras...

Por un lado, porque probablemente se activan memorias corporales, emocionales y espirituales del propio nacimiento, de ese momento en que nuestra madre nos dio a luz y que ahora tantos años después estamos viviéndolo del otro lado, abriendo un nuevo ciclo de vida.

Nuestro dar a luz se conecta en algún punto con la experiencia de haber sido dadas a luz. Nuestro parir evocará de algún u otro modo a nuestro nacer y esto pone en escena también nuestra relación con la propia madre.

Es ella y sus formas a quien en gran parte apelamos a la hora de ir configurando nuestro rol de madre, proceso que comienza en el embarazo, prosigue en el parto y mucho tiempo después y que implica que muchos conflictos en esta relación se visibilicen y tomen más relevancia y urgencia por procesarse e idealmente resolverse de una mejor manera a como lo hemos hecho durante resto de la vida.

Tal como dice la psiquiatra francesa Monique Bydlowski refiriéndose al concepto de transparencia psíquica que ocurre en el embarazo, habría un resurgir de recuerdos del pasado, que afloran del inconsciente a la consciencia, llevándonos recurrentemene en este periodo a fantasear y reflexionar acerca de nuestra niñez y las experiencias vinculares más importantes de ésta, especialmente cómo nos sentimos como hijas, y esto se podría extender también al parto mismo y el puerperio.

Hay muchos ámbitos en el ejercicio de maternar. Probablemente la construcción de nuestra identidad de madre podamos hacerla con muchos referentes que hayamos tenido en la vida: figuras femeninas que hayan sido vincularmente trascendentes y a las que apelaremos a la hora de armarnos como madres: nuestras abuelas, tías, profesoras, nanas que nos hayan cuidado en nuestra niñez, de todas ellas podemos tomar ciertas características y hacerlas propias al devenir madres.

Sin embargo el único ámbito en el que no podemos tener otro referente femenino tan potente es en nuestro parto. Muchas mujeres pueden habernos criado, enseñado, acompañado en la vida, pero la única que nos parió es nuestra madre.

En otros hitos o momentos podemos invocar o evocar a otras mujeres que hayan desempeñado roles maternales con nosotras pero en el parto es la única, su huella es irreemplazable.

Pero la presencia de nuestra madre en pleno parto no sólo se explica porque nos identificamos con ella en la asunción de nuestro nuevo rol sino también por todo lo que hemos visto, escuchado, sentido de ella, nos represente o no, incluso aunque sean características que rechacemos de ella, todos los aspectos que esta madre nos traspasó estarán ahí como telón de fondo, todos los mandatos que aprehendimos desde pequeñas, todas las fortalezas, pero también todos los temores, todas esas (sobre)aprehensiones que pueden insegurizarnos más allá de que racionalmente "no les creamos".

Me ha tocado escuchar muchas veces, sobretodo de mujeres que quisieran naturalizar su próximo parto o desafiar el paradigma familiar tradicional, cómo sus madres y los discursos de éstas, incluso siendo disonantes para sus hijas, tienen un peso no menor.

"Mi mamá me ha cateteado ene con que no me cambie de clínica", "mi mamá no está de acuerdo con que cambie al gine si él ha sido el doctor de la familia toda la vida", "mi mamá se muere si se entera que quiero el parto en casa", "mi mamá dice que es mejor la cesárea, que se sufre menos" , "mi mamá quiere estar conmigo en el pabellón, yo no estoy segura pero cómo le voy a decir que no", y así varias otras frases coladas que se entrometen en nuestro proceso de elección, todas probablemente bienintencionadas y dichas desde el amor que nos tiene nuestra madre y desde la ilusión y ganas de cuidar y recibir sanamente a este nuevo nieto. Pero muchas ideas que también provienen desde sus propios miedos, desde la desinformación, desde lo desactualizadas que pueden estar en estos temas y también desde lo controladoras que pueden tornarse frente a una situación que perciben como amenazante.

Y aunque no estemos de acuerdo con sus ideas, aunque creamos que nosotras somos radicalmente distintas y a pesar de estar seguras de nuestras intenciones, aún así estas voces maternas pueden terminar debilitando parte de nuestra fortaleza en momentos de alta vulnerabilidad como es el del parto.

Más allá de escucharlas o no, lo importante es poder contrapesarlas y no contagiarnos de sus ansiedades.

No es necesario cortar el vínculo ni pelearse con nuestra madre, tampoco excluirla totalmente de nuestra experiencia de parir; podemos hacer cortes más sanos que nos protejan en este momento y cobijarnos en otras relaciones que nos empoderen. Podemos poner límites con amor...

Cuánto caso hagamos a estas voces que nos restan confianza, las externas o las ya internalizadas, dependerá en gran parte de cuánto podamos reconocer conscientemente lo que nos pasa con ellas, trabajarlo, ponerlo en palabras, debatirlo internamente, contrapesarlo con nuestros propios argumentos y deseos y ser capaces finalmente de desafiar esos mandatos transgeneracionales y poder elegir en real libertad y autonomía. Es este uno de los momentos más importantes para vivir en pleno nuestra voluntad y autonomía, una gran oportunidad de crecer, de poder confiar en el trabajo y camino que venimos haciendo y para eso es importante acompañarnos de personas que nos sumen en cuanto a auto-confianza.

Recordemos que están en nosotras todos los recursos que necesitamos para parir a nuestro hijo. Todas tenemos ese poder, aunque haya situaciones que puedan debilitarlo, siempre está ahí...

Finalmente no olvidemos que en nuestro parto volvemos a nacer. Nos acompañarán emocionalmente muchas personas, nuestra madre, la madre de ella, la de ella... y todas nuestras ancestras.

Pero somos nosotras las que debemos decidir quiénes se quedarán cerquita, acariciándonos la espalda y susurrándonos al oído palabras de aliento o las que a pesar de haber querido dejar fuera debemos aceptar, pero les pediremos que entren calladitas y que mantengan cierta distancia.

Después de todo el parto puede ser un buen momento para cortar el cordón umbilical...

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