DOLOR ROJO, Homenaje a las sobrevivientes

Hace unas semanas una amiga muy querida perdió un(a) hijo(a) mientras lo gestaba. Fueron pocas semanas de gestación, era un(a) hijo(a) no planificado, pero desde su noticia enorme e inimaginablemente deseado y querido. Era una historia de amor no planificada... Pero estoy segura que todos quienes nos habíamos alcanzado a enterar vibramos de alegría por esta nueva vida que venía a instalarse entre nosotros. Nueve semanas estuvo en su matriz, lo suficiente para soñar con él o ella y soñarse madre otra vez... Otra amiga me cuenta la semana pasada de una experiencia similar y luego otra y antes otra... Son cientos, andan caminando por ahí, con el vientre en alto y el corazón en pausa, sobreviviendo a esa vida que alcanzó a habitarlas más o menos tiempo, pero siempre menos del que esperaban. Y he pensado tanto en ellas por estos días… con dolor, con impotencia, con empatía, pero sobretodo con admiración. Hay varias de ellas que decidieron vivir la pérdida de manera natural, valientes, conscientes, con todos los costos que esto implica; el dolor, el sangrado a veces profuso, imprevisible e indisimulable, el desafío de contárselo a sus otros hijos pequeños, la imposible tarea de seguir cumpliendo con todo el ritmo de la vida loca que llevamos, el dolor.... de adentro y de afuera, el anonimato de toda esta vivencia corporal y emocional… Y por ahí andan, siguen caminando, empujando el columpio en la plaza, el carro en el supermercado, cargando mochilas y dibujos, caminan por la calle al lado nuestro, sin embargo van transitando en una interfase suelo/cielo/subsuelo con la interrogante recorriéndolas por dentro, con la incertidumbre y la perplejidad a flor de piel. Andan por ahí, haciendo esfuerzos sobrehumanos por seguir en el carril de la vida, cuando un pedazo de ellas se ha desencauzado por el de la muerte. Andan por ahí vibrando más que nunca con los vivos besos de sus hijos y con el recuerdo en su barriga de la sensación del que se fue. Andan por ahí, a veces en automático, cual máquinas, otras veces más humanas y más sensibles y más niñas que nunca, con los poros abiertos y la herida a medio abrir y a medio cerrar. Sintiéndose medias llenas, medias vacías. Andan por ahí haciéndose mil preguntas, a veces eludiendo respuestas mundanas. Caminan cerca, sin reconocerse unas a otras, a veces se leen en ojos de otras, y esa mirada basta para apoyarse un momento. Circulan con los cuerpos dormidos de cansancio, pero más despiertas que nunca, con esa mezcla de vulnerabilidad y fuerza imponente que es tan propia de lo femenino sagrado. Arrastran palideces, mareos, anemias, lágrimas, náuseas… Arrastran ese dolor rojo que las pilla de sorpresa en cualquier lugar. Mujeres valientes, que aprenden a guardarse en su guarida y vivírsela a concho, a cuidarse, a ser cuidadas. Se despiden con rituales, lágrimas y abrazos, también con dudas, también con ternura inmensa. Andan por ahí, sobrevivientes a la vida que acabó en ellas. Sus hijos no se han quedado, ellas sí. Su dolor ha sobrevivido a esta partida, se quedará por un rato. Sólo ellas saben lo que ha pasado por su interior. Han sobrevivido y la vida las volverá a invitar. Sólo ellas saben cuándo estarán listas para aceptar de nuevo esta invitación. Volverán a reír, volverán a la vida, pero nunca más serán las mismas. Alguien importante ha pasado por ellas. Alguien que se quedará en su alma para siempre...
15 de octubre: Día internacional del Duelo por pérdida Gestacional y neonatal
(Ilustración de nanamiioldp)