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El nacimiento del primer hijo/a: el sentir (no siempre feliz) de la nueva madre

Para muchas mujeres el nacimiento de su primer hijo/a es un momento de máxima felicidad, sin embargo, para muchas otras el encontrarse de repente con un bebé real hace que experimenten sentimientos ambivalentes hacia la maternidad y el bebé. Estos sentimientos son mantenidos en secreto, ya que todos alrededor esperan que la nueva madre esté experimentando una felicidad plena. Los medios de comunicación tampoco ayudan mucho mostrando en comerciales y revistas de papel couché caras sonrientes de madres delgadas y regias con guaguas recién nacidas que duermen plácidas en sus brazos.

El experimentar sentimientos distintos a lo que socialmente se esperan y reconocen, puede generar en las nuevas madres sentimientos de culpa, tristeza y soledad: “me siento triste por no experimentar esa felicidad que todos sienten en este momento”, “¿seré mala madre?”, “seré muy egoísta” “¿no querré suficiente a mi hijo/a?”,” tal vez aún no estaba lista para ser madre”,” tal vez no nací para ser madre”, “si le cuento esto a alguien creerá que no quiero a mi bebé”.

¿Es tan ajeno y anormal sentir ambivalencia frente al nacimiento del primer hijo o hija y tener esos pensamientos?

Por supuesto que no. El nacimiento del primer hijo implica la pérdida momentánea (que en ese momento parece definitiva) de partes esenciales y determinantes de mi identidad hasta ese momento: yo trabajadora, yo pareja, yo amiga, yo hobbies, yo estudios, etc. y pasar a desempeñar un nuevo, cansador y desconocido rol las 24 hrs del día: yo madre. Por lo mismo, los sentimientos que invaden a la nueva madre no tienen que ver con no querer a su hijo/a, sino con altos montos de ansiedad, cansancio y angustia por encontrarse frente a una situación del todo desconocida y exigente: me desconozco yo como madre y desconozco a mi bebé.

¿Cómo transitar por estos terrenos sin creer que uno pierde la cordura y obtener el goce deseado y tan necesario en la maternidad?

De la misma manera que es impensado y poco gozoso viajar a otro país (con una cultura e idioma muy diferente al nuestro) y seguir funcionando con los horarios de nuestra patria y con las demandas de ésta; el viaje de la maternidad requiere salir del mundo que solíamos habitar y adentrarnos en esta “realidad paralela” donde se pierden los límites del día y noche, donde se puede estar gran parte del día en pijama y donde se debe soltar el deseado (fantaseado) control y entregarse a que los tiempos estarán determinados por las necesidades y ritmos de nuestro hijo/a. En la medida que sintonizo con sus tiempos, lo voy aprendiendo a conocer: saber cómo es su temperamento, saber qué le pasa, cómo le gusta dormir, qué movimiento lo ayuda a dormirse, cómo le gusta alimentarse, sus ciclos de vigilia y descanso, cómo está cuando queda satisfecho, cómo le gusta que lo tome.

Para poder entrar a esta “realidad paralela”, es esencial que la nueva madre cuente con un ambiente que se lo permita y facilite. Una pareja que entienda y valide que la atención y energía de su mujer estarán centradas casi exclusivamente en el hijo/a de ambos y que es tremendamente necesario que así sea; que contenga a su pareja dando afecto, seguridad y reconocimiento frente a los miles de cambios que ella vivencia (cambios hormonales, corporales, emocionales y de rol).

Ideal si en este viaje la nueva madre puede contar con la ayuda de “traductoras”, mujeres afectuosas que por haber sido ya madres saben leer las señales y necesidades de las guaguas; bienvenidas y esperadas sean las abuelas, bisabuelas, tías y nanas de este primer hijo que puedan dar señales, compañía y tranquilidad a la nueva madre en esta tierra desconocida.

En la medida que la mujer se permita y se le permita habitar en este mundo, va a ir desarrollando una sensación de seguridad, conocimiento y competencia como madre, experimentando sentimientos de goce y amor hacia su hijo, y viéndose una disminución de la ansiedad. No hay nada que de mayor sensación de competencia y disfrute que, frente a un malestar del bebé, lograr sintonizar con el malestar de él/ella, saber qué le pasa, responder a su necesidad y ver como nuestro hijo/a logra calmarse en nuestros brazos.

Los beneficios de la repetición de este ciclo en la relación con nuestro hijo/a es inimaginable, es la base de un apego seguro para nuestro pequeño/a: saber que hay otros en el mundo que me cuidan y que frente a un malestar mío lo van a resolver.

Marzia Jabbaz Zuffi

Psicóloga Clínica

Equipo Centro SerMujer

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